A sus 28 años, Asta Philpot (Miami, 1982) tiene un rostro
que se diría casi aniñado. Sus ojos ríen. Y en su boca pocas veces se
desdibuja la sonrisa. Lleva postrado en una silla de
ruedas desde que dejó la cuna. Una artrogriposis de nacimiento le privó de toda movilidad de cuello para abajo. Pero no arrebató a Asta ni un ápice de su ilusión por vivir,
ni sus ganas de luchar por romper tabúes y prejuicios. «Siendo
discapacitado es muy difícil encontrar el amor y relacionarse con
mujeres. He sido juzgado por mi apariencia desde el día en que nací». Su
actitud ante la vida cambió cuando un amigo suyo de Leeds, la ciudad en
la que reside, murió a causa de su enfermedad sin haber tenido ni una
sola experiencia sexual. Ello empujó a Asta a dar un primer paso: modelo a imitar para muchos, motivo de crítica para otros.
Unas vacaciones en España en 2006 lo llevaron hasta el club Eclipse en Gerona uno de los pocos que cuenta con
instalaciones adaptadas para discapacitados. En el Eclipse, Asta perdió su virginidad.
Y al año siguiente repitió aventura. Difundió en un foro de internet su
intención de regresar al local. Fue un llamamiento a otras personas que
encuentran muros en las relaciones sociales. A su lado viajaron dos amigos, Shah y Lee, invidente el primero y parapléjico el segundo. No estuvieron solos. Les acompañó un equipo de la BBC
para rodar el documental ‘Por una sola noche’ .
«Ahora me siento vacío», reconoció ante las cámaras minutos después de
yacer con una prostituta. Ahora me siento más seguro
alrededor de las mujeres y con la esperanza de encontrar una relación
pronto».
El documental fue sólo el comienzo de la aventura mediática de Asta. Ahora da el salto a la gran pantalla.
Hasta la vista, una película
recreará la odisea sexual de Asta y sus compañeros.
Su historia, aunque tal vez magnificada por los medios, no es única. En España hay cuatro millones de personas discapacitadas.
Una gran parte tiene pareja y una vida sexual plena. Otros chocan con
el rechazo de la sociedad y barreras para desarrollar su lado más
íntimo. El mundo de la prostitución se convierte en el último recurso
para muchos que se suele ocultar por miedo a ser aún más
rechazados.
El 90% de los discapacitados españoles reconoce enfrentarse a limitaciones y dificultades en su vida cotidiana,
como revela el Instituto Nacional de Estadística (INE). Y la cuestión
de su sexualidad «no es un tema bien resuelto». Así opinan desde la
Asociación de Personas con Discapacidad Física de Álava. No falta el
debate. «Una persona en silla de ruedas no ve mermada su capacidad para
ligar. Un discapacitado no tiene más razones que un ciudadano cualquiera para acudir a una prostituta».
Es el punto de vista de Alberto de Pinto, parapléjico y presidente
nacional de la Asociación de Lesionados Medulares y Grandes
Discapacitados Físicos (Aspaym). El INE sentencia: siete de cada diez
disminuidos dicen tener «poca o ninguna posibilidad» de establecer
nuevas amistades. En materia de sexualidad, muchos de ellos «tienen que
buscarse la vida», admite sin tapujos un portavoz del Hospital de
Parapléjicos de Toledo, centro de referencia nacional.
«Sentimos como cualquiera»
La postura de unos y otros de poco les sirvió a Marisa y
Fernando. Frente a la teoría, ellos se encontraron con la práctica. En
la década de los 80 tuvieron que superar las traumáticas consecuencias
de una negligencia médica: su pequeño Luis nació con parálisis cerebral.
Treinta años después, y un sinfín de médicos, mimos y desvelos de por
medio, un joven Luis puso un brete más en el horizonte del matrimonio.
La pareja acudió desorientada a una asociación de discapacitados de
Alicante de la que son miembros. No sabían cómo afrontar una nueva necesidad de su hijo. «Quiero acostarme con una chica»,
fue su anhelo en voz alta. Dudas y más debate fueron las respuestas de
sus progenitores. Aunque el caso es real, los nombres de la anterior
experiencia son ficticios. Desde la asociación piden también omitir el
nombre de la entidad para envolver a los protagonistas de la máxima
privacidad.
Discapacitados y sexo sigue siendo un binomio tabú. No
para José Antonio Navarro. Incapaz de mover algo más que la cabeza, vive
anclado a una silla de ruedas eléctrica a la que le condenó una
parálisis cerebral de nacimiento. Preso su cuerpo, mas no su alma ni sus
sentimientos. Atiende a V desde el Centro de Atención de Minusválidos
Físicos de El Ferrol. Para ello roba tiempo a sus cuadros. ‘Tatanka’,
búfalo en indio, es la firma que estampa en los lienzos que desde 1998
realiza para la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie. José
Antonio (Valencia, 1965) rememora cómo hace tres años fue interceptado
por la Policía Local en plena autovía gallega. Avanzaba por el arcén, a
20 km/h, con un destino: el club Jade. Cuando lo encontraron los agentes
se había pasado el desvío. «He ido más veces, y ya sin pasarme»,
destaca sin rubor. La tetraplejia de José Antonio ha quebrado hasta su
voz. Pero sus palabras adquieren más vigor cuando se trata de responder a
quienes ponen en duda la sexualidad de los discapacitados o critican que acudan a locales de alterne: «Sentimos como cualquiera. Esa gente es ignorante y piensa cosas que no son».
José Antonio sufre la intolerancia incluso entre los suyos. «Mis compañeros del centro no ven bien que esté con prostitutas».
Muy distinto del tacto y comprensión que asegura encontrar entre la
mayoría de profesionales del sexo. ‘Tatanka’ tal vez lo hubiera tenido
más sencillo en la habitación adaptada para discapacitados de la planta
baja del valenciano club El Romaní. Ana y Tatiana, dos jóvenes
paraguayas que trabajan en el local, abandonan el café que degustan por
la tarde y se asoman –curiosas, seductoras– cuando un encargado del
establecimiento franquea el acceso al cuarto. Nunca antes habían visto
su cama redonda con una barandilla,
los andadores, la silla de ruedas y el ancho especial del habitáculo y
del cuarto de baño. «Se usa poco, pero se usa». Un encargado del club no
niega la evidencia. «Hay un par de clientes que vienen de vez en
cuando, sobre todo un chico del pueblo de al lado».
Ana y su sexualidad
No sólo entre luces de neón y caricias perfumadas junto a
una barra pueden vivir su sexualidad los discapacitados. La mayoría lo
logra en pareja. Y no sólo ellos, también ellas. Ana Rodríguez tuvo que
redescubrir su cuerpo cuando un accidente de tráfico le causó una lesión
medular D-10. Preside Aspaym en Canarias y pregona: «Por estar en silla de ruedas no hay que renunciar a tu vida sexual».
Ana no lo hizo. Le dijeron que no volvería a caminar, que debería
acudir a terapia ocupacional para aprender a valerse por sí misma. Pero
nadie le dijo qué pasaba con su lado más íntimo. «A los médicos hasta se
les subían los colores si les preguntaba». Ahora tiene una sexualidad
plena. «Siento sensaciones diferentes, pero no por ello menos gratas».
Hasta 12 horas de rodaje aguantó ayer en Torremolinos el
pequeño pero bravo angloamericano Asta Philpot. Pero todo es poco para
alguien capaz hasta de ‘cruzar el charco’. En Estados Unidos ha puesto
en marcha una fundación sin ánimo de lucro.
No oculta que ha repetido muchas veces la ‘experiencia’ iniciada en
Gerona. «Y seguiré teniendo relaciones con prostitutas hasta que la
sociedad deje de tener prejuicios respecto a los discapacitados».
Aunque ése no es su único objetivo. Su lucha también busca acabar con la ilegalidad del alterne
en países como Estados Unidos o Reino Unido. Quiere ayudar a las
prostitutas a salir del ambiente marginal en el que se ven obligadas a
moverse en estas naciones, víctimas fáciles de las drogas y de las
mafias sexuales. Asta Philpot cree estar en deuda con sus chicas. «Me
hacen sentir como un ser humano».