Caníbales famélicos, los esqueléticos, desgarbados adolescentes que
impúdicamente se autodestruyen, a base de politoxicología y fluidos
corporales, en el cine de Larry Clark, gustan de devorarse mutuamente.
Pero, además, son consumidos por los adultos en una orgía de sexo
insano, reprimido, cuyos ecos culturales van, tranquilamente, de Saló o
los 120 días de Sodoma a las babas de Society.Película hecha no tanto
para ofender, sino para sacudir de la modorra a los engendros que
ocultamos en el reverso de nuestra piel, Ken Park no es un recorrido
enfermizo por la promiscuidad nihilista de una juventud en pos de la
extinción (de lo que algunos ya acusaron a Kids): es un manifiesto
falsamente vérité de la corrupción misma de lo orgánico. Una cámara
sinuosa, agónica; un narrador que vomita palabras y definiciones sin
hacer valoraciones éticas... van mostrando la muerte de lo racional ante
el empuje de la fiebre salvaje sexual, usada, claro, como forma de
dominio o reafirmación violenta. El camino entre el plano que muestra un
flácido pene goteando alcohol, y el que estudia una erección juvenil,
acota el objeto de deseo de Clark y compinches: la podredumbre del
semen, de los líquidos que rezumamos, un montón de células,
espermatozoides y microorganismos que mueren en un exterior de látex, en
un callejón o en la asepsia del bidé. No cainiza el sexo (consentido,
forzado, deseado, acosado), éxtasis macabro en descomposición. La raza
humana, los lemmings de la libido desaforada, han entrado en un, a la
postre satírico, regreso a las cavernas (título hispano del telefilm
fantástico de Larry Clark). Es muy fácil que el escándalo acompañe a
esta orgía de momentos sucios, pero yo les ruego que no se echen atrás,
que es bueno molestarse o indignarse: Ken Park es algo más que la
fantasía porno de espectadores culpables. Son nuestros restos al Sol
(californiano o no).Para ofendidos y ofensores. Lo mejor: la escena de
sexo oral con la anciana. Lo peor: no querer apreciar la belleza de su
fealdad.
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