martes, 10 de septiembre de 2013

Cine erotico Ken Park


 

Caníbales famélicos, los esqueléticos, desgarbados adolescentes que impúdicamente se autodestruyen, a base de politoxicología y fluidos corporales, en el cine de Larry Clark, gustan de devorarse mutuamente. Pero, además, son consumidos por los adultos en una orgía de sexo insano, reprimido, cuyos ecos culturales van, tranquilamente, de Saló o los 120 días de Sodoma a las babas de Society.Película hecha no tanto para ofender, sino para sacudir de la modorra a los engendros que ocultamos en el reverso de nuestra piel, Ken Park no es un recorrido enfermizo por la promiscuidad nihilista de una juventud en pos de la extinción (de lo que algunos ya acusaron a Kids): es un manifiesto falsamente vérité de la corrupción misma de lo orgánico. Una cámara sinuosa, agónica; un narrador que vomita palabras y definiciones sin hacer valoraciones éticas... van mostrando la muerte de lo racional ante el empuje de la fiebre salvaje sexual, usada, claro, como forma de dominio o reafirmación violenta. El camino entre el plano que muestra un flácido pene goteando alcohol, y el que estudia una erección juvenil, acota el objeto de deseo de Clark y compinches: la podredumbre del semen, de los líquidos que rezumamos, un montón de células, espermatozoides y microorganismos que mueren en un exterior de látex, en un callejón o en la asepsia del bidé. No cainiza el sexo (consentido, forzado, deseado, acosado), éxtasis macabro en descomposición. La raza humana, los lemmings de la libido desaforada, han entrado en un, a la postre satírico, regreso a las cavernas (título hispano del telefilm fantástico de Larry Clark). Es muy fácil que el escándalo acompañe a esta orgía de momentos sucios, pero yo les ruego que no se echen atrás, que es bueno molestarse o indignarse: Ken Park es algo más que la fantasía porno de espectadores culpables. Son nuestros restos al Sol (californiano o no).Para ofendidos y ofensores. Lo mejor: la escena de sexo oral con la anciana. Lo peor: no querer apreciar la belleza de su fealdad.

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